A veces, por alguna razón, un simple color o una melodía, nos puede recordar a una persona que hace un tiempo que la vida no nos permite disfrutar de su compañía.
A veces es el azul, el mismo que llevaba en su traje Cenicienta, las 3.000 veces que la vimos juntas en el sofá, nuestra película favorita.
No era nuestra película favorita porque un príncipe iba a encontrar a su princesa, nos gustaba porque a pesar de todas las injusticias que vivía la protagonista de esta historia, tenía a su hada madrina, dispuesta a ayudarla a quebrar las normas injustas y a aparecer despampanante en el baile de palacio.
Después estaban su madrastra y las hermanas, moviendo esos culos enormes, porque la industria del cine siempre nos ha querido vender esa idea, de que las mujeres debemos ser rivales y crueles entre nosotras.
Pero sin embargo, con tus valores, siempre nos has demostrado la importancia de cuidar y de ayudarnos las unas a las otras.
Hoy os quiero hablar un poco de mi otra abuela, Maria Luisa. Ella se crió en un pequeño pueblo, en una de esas casas en la que convivían varias generaciones.
Creo que uno de los mayores tesoros del mundo rural, que mi abuela siempre luchó por mantener, es precisamente esa comunidad de mujeres, que se reunían de casa en casa, para ayudar en los días de matanza, la preparación de las fiestas, enfermedades, nacimientos, y muchos otros motivos.
Mi abuela siempre recordaba esos días, como días de mucho trabajo, pero también llenos de momentos felices, donde había un gran intercambio de conocimientos, historias e incluso cantares y donde las amistades, se convertían en familia.
Incluso cuando fruto de la necesidad, mis abuelos se vieron en la obligación de emigrar, dejando a su familia en España, ella encontró un poco de luz en sus compañeras de la fábrica, la gran mayoría en su misma situación, en un país extraño, sin conocer el idioma y con el pensamiento en sus verdaderos hogares.
Cuando las cosas mejoraron y pudieron regresar con algo de dinero, abrió “Casa Maria Luisa”, una tienda de estas que tienen de todo y que verdaderamente se convirtió en una segunda casa para muchas personas. En la trastienda, estaba la cocina y recuerdo el olor a café, siempre preparado para cualquier visita.
También recuerdo, cómo esa misma cocina se llenaba de mujeres en aquellas ocasiones especiales que ya hemos comentando y lo que yo disfrutaba empapándome de las historias que las mujeres contaban, vidas en su mayoría duras, con mucha escasez y pocas oportunidades para estudiar, pero ricas en esencia, en aquello que no es material, con mucha unión entre familias.
Si lo piensas, ahora vivimos tan conectados y a la vez tan desconectados de nuestras raíces, que disfrutar de una charla con esas mujeres, que en otros tiempos, compartieron tanto con mi abuela, me hace sentirme un poco más en casa.
Por las mujeres que se hicieron más fuertes juntas, para marcarnos el camino por donde poder avanzar hoy. Por las mujeres que no se destruyen y que construyen juntas.